Querido K...

Uso este blog para hablar contigo, porque sé que será lo único que leas esta noche, antes de coger el sueño en la litera.

Estamos bien. Más o menos bien. Asesino llora y aúlla por los pasillos buscando a Diplodocus y nos pone un poco nerviosos, pero esperamos que sea algo pasajero, y que poco a poco, se vaya acostumbrando, igual que tratamos de acostumbrarnos nosotros. Como no estás aquí, y nos consideramos en estado de emergencia, estamos haciendo todas las cosas por las que, normalmente, nos reñirías. Hemos hecho un montón la bomba en la piscina esta mañana. Más o menos hasta que el instructor de las clases de los abuelitos nos ha dicho que no eran formas de comportarse en una piscina cubierta. Luego hemos comido unas hamburguesas muy grasientas, llenas de ketchup del chungo y unas patatas rezumantes de grasurri con una cocacola de 18 litros. Y helado. Montones y montones de helado. También hemos estado tocando tu guitarra. Resulta que a Simón le encanta. Mientras espero a que vuelvas para decirnos que primero hay que empezar con la guitarra española, para después seguir con algo menos importante de romper que una stratocaster, nos dedicamos a aprendernos algunos acordes. Nos sale como el santo culo, pero nos reímos mucho. Es importante para nosotros reirnos mucho, porque también lloramos mucho. Yo a escondidas, tranquilo. Sé cuál es mi papel. Simón lo hace a boca abierta y de pronto, sin venir a cuento. Sale al jardín diciéndome que va a enseñarle un dibujo a momocus y entonces, a medio camino, se da la vuelta, me mira y se pone a llorar. Menos mal que me inventé la gilipollez de las nubes. Siempre salgo del aprieto diciéndole que cuando pase la nube de Diplodocus, ya se lo enseñaremos. Y cuela. Por ahora, cuela.

Voy a montar la tienda de campaña en el salón para dormir esta noche porque estamos jugando a que somos montañeros intentando fotografiar al yeti (que por cierto, es Asesino, y no se presta mucho a la función). Hemos hecho unas 345.679 fotos a los diferentes muebles del salón con la kodak pequeñita. No he tenido huevos para sacar una de tus cámaras. Intuyo que por eso sí que me afeitarías en seco.

La verdad es que cuando tú no estás, la casa es una miniciudad sin ley.

Tengo muchas ganas de verte. Muchas ganas de que estés aquí y de que vuelvas a tirar del carro, para encerrarme en algún sitio a sentirme triste, sin que pase nada.

Te queremos.