Semiluces

Mucho mejor con Karlos en casa y mucho mejor con mi chutazo de dopamina. Me pasé la noche llorando como un mariquita. Era mi momento porque Simón estaba dormido, hacía un frío del carajo, no estaba Diplodocus, me había dado de hostias con mi jefe... Era, completamente, mi momento. Me dió un poco igual que Karlos llevara encima tres días de adobo chotuno. Allí me agarré, allí me quedé. Tan concienzudamente que tuvo que arrastrarme a su ducha, como si fuera una garrapata afgana.

Luego me sentí mejor. El perro seguía sin estar, y allí seguía haciendo un frío del carajo, pero oye... como que era algo más llevadero. También influyeron el sexo y el tequila, vale, pero sobre todo, el pragmatismo aplastante de Karlos Z. Le necesito. Es el contrapeso perfecto a mi exceso de emocionalidad absurda. Emotivos del mundo... si queréis sobrevivir, buscaos siempre un matemático. Nunca me cansaré de decirlo.

En realidad, esta familia ahora es como un tren de mercancías. Cuando Asesino llora, Simón se mantiene fuerte y le consuela. Cuando Simón llora, yo me mantengo fuerte y le consuelo. Cuando yo lloro, Karlos se mantiene fuerte y me consuela. Y cuando Karlos llore... ya dará igual, porque será que habrá llegado el apocalipsis y pasará desapercibido entre la lluvia de ranas, las fuentes que sangran y las nubes que escupen fuego.

Sí. Karlos no llora. Nunca. En realidad, es un vasco matemático de poliespán. Pero, aquí... entre nosotros... qué bien me viene eso, coño...