Gatos, perros y matar-matar-matar

Bueno... Primero contento, luego salido, después triste, hoy contento otra vez... Ando ciclotímico perdido. Para que luego digan que lo de las bipolaridades hormonales son sólo cosa de mujeres. Mareado tengo ya al pobre Simón. Según agarra el colacao, lo primero que me dice: "¿hoy cantamos en el coshe ostás enfadau?"

Tenemos un problema con Pili Birra y su repentina obsesión por dormir pegada a mi culo. Yo soy permisivo para la malcrianza mascotil, pero Karlos no es de la misma opinión. Dice que si tienes una mascota, resulta estupendo y gratificante que duerma contigo, pero que cuando son más de tres, la cosa puede convertirse en un infierno. Y tiene razón, claro, así que, rendidos ante de la evidencia de que domesticar a un gato es como pretender cultivar boniatos en el Annapurna, aunamos nuestro esfuerzo en enseñar a los perros que a la cama no se sube. Todas las noches, cuando cerramos las puertas, les abrimos las casetas del jardín, les dejamos el agua junto a las colchonetas y desde la escalera, Karlos les da la orden de que se queden ahí. Y obedecen.

Obedecen hasta que, a eso de las tres o las cuatro, yo siento las cuatro patitas paticortas de Pili Birra clavadas en mi espalda, y el hocicazo mojadito serpenteando por mi cogote. Lo siguiente ya, es el principio del fin. Gatos que se quejan... Tequila que bufa... Birra que se mete debajo del edredón al empuje de pormichochoquepaso... Karlos que maldice y echa a todo el mundo... Gatos que vuelven a subir... Birra que vuelve a churruspearme el cogote... Tequila que vuelve a bufar... Asesino que se suma en plan holapasabaporaquí...Y así vamos enlazando chupi y superchupi, hasta que suena el despertador y ya nos hemos convertido en un z-matrimonio con ganas de mascoticidio.

Hoy, sin falta, Karlos y yo, intentaremos llegar a una solución. Quizá un poco de psicología invertida. O un poco de comprensión útil. O tres cajas de munición y un kalashnikov.