Arriba sin abajo

Es un milagro que pueda estar aquí escribiendo esto, porque se me acaban de caer los globos oculares al ver el resumen del programa Número Uno en Antena 3. Pitingo de jurado. Pitingo, señores. Que uno miraba a los de telecinco y pensaba "joder... Melendi... No se puede caer más bajo." Pues sí. Sí que se podía, fíjate. Nos quedaba Pitingo. Desde aquí expreso todo mi agradecimiento y amor hacia Simón, que ayer noche me hizo poner la película de Batman, librándome inconscientemente de tragarme los volatines del yipsipó, dando consejos musicales. Gracias, Simón. Eres un colega. Te devolveré el favor dejándote el coche para que lo estampes contra la columna de un parking de disco, cuando cumplas los 18.

Mañana voy a hacer escalada con mi cuñado pequeño (tan pequeño que es como yo, pero en negativo). Mea culpa. Me llamó ayer por la noche para proponérmelo y yo estaba fumando del hachís que me trajo Karlos de Gabón. No se me pueden hacer preguntas imposibles cuando estoy fumando hachís. Eso es como pescar peces en un barril. La trampa de las trampas, hecha al tonto de los tontos. Tal era mi punto de encebollamiento, que por toda respuesta dije "vale, pero no tengo cuerda..." Y no. La risa de conejo que  soltó no me sacó del ensimismamiento. Acepté. Luego iremos al decathlón a comprarme unas zapatillas de escalada. "Se llaman pies de gato," me ha dicho Karlos. Bien. Ok. Mucho me temo que será lo único de gato que yo luzca mañana, y que los raspostiones van a ser legendarios. Porque, sí, lo dije una vez. Trepar se me da de coña. Es bajando de los sitios a los que he trepado, cuando sale mi verdadero yo. Así que, como no me vayan construyendo en la roca unas escaleritas mecánicas, no sé yo si no tendré que pasar la noche ahí abrazado a la pared, como un tití, mientras Karlos me va alimentando a base de tirarme galletas con su inconfundible estilo pelotari.