Iras

Dice Javi que hoy esto debería ser un audiopost. Tiene un poco de razón. Estoy cabreado. Es buena idea lo del publicar un audiopost cuando estás cabreado porque te quedan los vibratto muy limpios (frase absurda colocada ex profeso para hacer creer que tengo alguna puñetera idea de lo que digo). Pero no me he puesto aún a localizar alojamientos de podcast, ni a bajarme programitas de recorte de sonido, así que... por hoy escribiremos, y quizá mañana grabemos.

Comí a mediodía con el autobusero. Pasaba por mi zona de trabajo y me llamó por si me dejaba invitar. Y me dejé, claro. En parte por lo del concepto "comida gratis", en parte por huir un poco del apollardamiento del compañero nuevo. A Karlos no le hizo gracia. Lo noté en su absoluto silencio al respecto. Comimos, hablamos... No fue desagradable conmigo. Hablamos de perros, de vacaciones, de música de los 80's... No hubo temas conflictivos. Por la noche, según entraba Karlos por la puerta volviendo del trabajo, el autobusero me llamó otra vez. Quería pasarme unas canciones y necesitaba mi correo. Sólo eso. Pero no me dió tiempo a decírselo porque en dos segundos, se me echó encima la situación más idiota del mundo. Karlos señalándome el teléfono desde la puerta "¿quién es?", yo tapando el auricular "es Bosco", él arrancándome el teléfono de las manos "Hola capullo hijo de puta. Soy yo. Te quiero fuera de la vida del niño YA. Largo, o te juro por mis cojones que comes dientes." Y luego, nada. Colgar el teléfono, lanzarlo a bolea contra el sofá, dar media vuelta, y salir clavando talones dejándome ahí, con la mano aún abierta en el aire y mi más expresiva cara de gilipollas.

Me dicen los amigos que tenía que estar muy cabreado para actúar así. Lo sé, es cierto. Pero yo estaba allí. La llamada era mía. El teléfono estaba en mi mano, y la situación la controlaba yo. Nada de lo que sucedió tuvo sentido, ni coherencia, ni cuadra con ninguno de los aspectos de la tranquila y pausada personalidad de Karlos. Y me jode. Me jode, me rejode y me recontrajode. A pesar de todos los barkatus y todos los perdones que lleva solicitando desde que se acostó. Supongo que mañana sí lo perdonaré. Y pasado también. Y que se borrará en las aguas del sábado, y hasta lo comprenderé.

Pero ahora mismo, lo juro, cogería el teléfono y tranquilamente se lo metería despacito por el píloro.