Maravierdero martes

Qué poco tiempo voy a dejar pasar entre un post y otro. Es porque el de ayer era una ida de olla (conste en acta que avisé) y siempre que me da un pairo de esos, al día siguiente estoy deseando taparlo. Creo que viene a ser como las resacas de una mala borrachera, o la cara de lerdo que se te queda cuando te despiertas en la cama de un hombre o mujer, que has conocido la noche anterior.

Se fue mi compañera lesbiana espectacular, y vino un apollardao de padre y muy señor mío. Con esto de convertirme en la insumergible Molly Brown de mi empresa, estoy degenerando en el nivel de compañeros a una velocidad pasmosa. Este es, con diferencia, lo más lerdo que he visto en hombre en mi vida. Creo que van ya ocho veces que le explico cómo funciona la máquina del café. La del café. Esa que consiste en meter una moneda, darle a un botón y retirar un vaso. Se me abren las carnes de pensar lo que será, cuando tenga que explicarle cómo se cambian los cartuchos de tóner de las impresoras.

Los informáticos que tengo al lado le han bautizado con el mote de Barbra, porque el chaval, además de apollardado, es amanerado como una margarita. No me hace ni puñetera gracia. Independientemente de que desee matarle cada vez que subimos al café, el chaval tiene novia (enigma insondable que aún no he logrado descifrar), y el cachondeo que se traen con él está siendo tan discreto como un par de elefantes marcándose una cumbia.

Debo reconocer que para manejarte en esta vida con determinado tipo de personas, a veces viene mucho mejor ser como Karlos, con sus hostias verbales y sus miradas heladas de perro asesino, que como yo.