On

Hay días que pasan sin sentido, y días en los que cuesta dejar de girar. Hoy ha sido uno de los segundos. Bien. Genial. Se lo dije a Luis; el corazón necesita contrastes. Basta con sujetarse un poco para no derrapar y... a gozarlo.

Ha vuelto Karlos. Me llamó por la mañana para decirme que tendría que quedarse hasta el miércoles de la semana que viene, pero en realidad ya me estaba llamando desde Zaragoza. Le encanta hacer ese tipo de cosas. Dice que no viene, te pone triste, y luego aparece de sopetón con una botella de cava frío, un tigre de trapo gigante, o una cena para tres. Después, cuando te apetece matarlo, ya estás demasiado ocupado colgándote de su cuello, en mitad de un ataque de alegría absurda. Qué bien. Equilibrio vital reestablecido. Ya sólo de escucharle silbando en la ducha mientras escribo esto, se me esponja el corazón.Ya sé lo que pasa realmente cuando nos enamoramos y/o emparejamos. Que dejamos de ser un conjunto unitario, para convertirnos en un conjunto referencial. Y realmente es tan jodido como suena, sí... Pero no pasa nada, porque ya ha vuelto, está bien, y los días giran en círculos perfectos.

Juana Tequila está pocha. Tiene una fístula anal sanguinolienta y supurosa, que se lame un minuto sí y otro también. La he llevado al veterinario y la ha rellenado de antibióticos, por delante y por detrás. Ahora, dos veces al día, tengo que (no leer mientras se esté comiendo) apretarle la fístula para sacarle el pus, y meterle una cánula fina dentro, para rellenársela de crema antibiótica. Una juerga. Doy gracias a los djins porque es una buena paciente, y no monta demasiados pifostios. Si hubiera tenido que hacérselo a Peyote, primero tendría que haberme vestido de apicultor, atándole previamente a una de esas camillas de correas y rueditas, como las que le ponían a Hannibal Lecter.

Tres kilos, pesa Juana Tequila. Negra tizón y con ojos de serpiente. Como una cagarrutilla, la pobre. Mi chica, la de las orejas rotas y el rabo descuadrado. Mi Juanita.