Preplaya

Oficialmente cuenta atrás para nuestras vacaciones. Andamos de acá para allá teñidos de una felicidad un poco absurda. Y no es que nos vayamos a uno de esos viajes increíbles como fue el de China, o el de Amsterdam, ni que vayamos a ocupar una suite de lujo en un hotel de sueños y maravillas, como aquel de la luna de miel en Iguazú. No. Esta vez es un viaje tranquilote y sencillo, a una playa del litoral tarraconense, y a una casa de lo más corriente y cutre. Y no habrá madrugadas de mojitos, ni marchas playeras, ni grandes excursiones a sitios increíbles. Habrá niño, juegos de pelota en la playa, platos combinados y perros. Y curiosamente, con esa máxima tan corriente y tan de andar por casa... estamos felices como niños con vacaciones nuevas. Y es que ciertamente, son muchas las cosas que nos hacen ilusión absurda. A Karlos, que Simón conozca el mar. A mí, que los tres perros puedan venir con nosotros. A los dos, que podamos enseñar al crío Port Aventura. Y como eso, suma y sigue un montón de razones más.

Yo tenía un profesor de antropología social, que decía que las metas de un hombre estaban en continuo movimiento y cambiaban a lo largo de su vida. Pero me doy cuenta de que realmente, no es así. Las metas son las mismas y siguen ahí. Es el hombre el que evoluciona y cae en la cuenta de que al final, la felicidad a largo plazo es una cosa pequeña y sencilla, bastante ajena a grandilocuencias y fuegos de artificio.

Mañana leeré lo que acabo de poner y me daré con la cabeza contra la mesa. No hay que hacerme mucho caso. Karlos tiene guardia esta noche, y cuando duermo solo, me pongo cercano a lo insoportable. Mejor ignorarme y leer hacia otro lado. Sí. Eso.

Me han encargado hacer una poesía sobre el desierto. Llevo ocho y no me gusta ninguna. Y todo porque no quiero darle el enfoque que al final, terminaré dándole. Siempre es igual. Cuanto más quiero huir de mí, más me encuentro.