Tigres

Dice J. que por qué he escrito lo que he escrito. Yo que sé. Porque sí. Cuando me sube la melancolía, me meto en la buhardilla y abro la caja de los cuadernos. Me hace gracia meter el corazón en los túneles del tiempo. Es un sufrimiento de los que gustan. Como cuando te bebes el granizado demasiado rápido y el cerebro se te queja. Es cierto que podría llevar un poco de coherencia y no soltar las cosas al caos, como si fueran cohetes, pero eso es imposible porque escribo para mí mismo. Ya. Ya sé que todos los bloggers dicen eso y luego al final suele ser mentira, pero aquí no lo es. Por eso siempre será imposible que ordene el blog o que lo haga metódico. Porque realmente ¿y qué importa? Si yo me entiendo. Y lo que es peor... si me perdono.

Estoy trabajando ya. No tengo muchas ganas de estar aquí. Tengo la sensación de estar rodeado de ventanas que no dan a ningún sitio. Todos me han estrechado la mano, me han dado besos de los que no valen, y han hablado de lo moreno que estaba. He venido de blanco inmaculado, como una mosca en un vaso de leche. Y he sonreído mucho, para que pareciera que estaba supercontento, así que por hoy he cumplido mi parte del paripé del lunes. Luego ya llegaré a casa, tiraré la ropa por ahí y dibujaré tigres con Simón. Últimamente es lo que más hacemos. Tigres contentos, tigres enfadados, tigres de cumpleaños, tigres que lloran, tigres que no saben nadar... Los dibujamos con lápiz y luego los rellenamos con rotuladores de color naranja y amarillo, concentrados para no salirnos de los márgenes y mordiéndonos un poco el labio inferior. A veces, si tenemos un mal día, los rellenamos de azul o morado, para poder hacernos la ilusión de que manejamos el mundo.

Hoy dibujaré un tigre verde saltando por una ventana.


Le echo de menos. No quiero que le pase nada malo.