Toca volver

Es verdad que cuando estoy triste escribo mucho más. Parezco una campana de maitines. Mucho rechinchín-tachín, para luego quedarme en el silencio más absoluto. Si alguien me sigue los pasos, debe de estar completamente desconcertado.

Volvió Karlos. Simón estuvo enfermo y justo, justo en ese momento en el que yo pensaba que no cabían más puñetas, un avión aterrizó en Zaragoza, Karlos volvió y el universo se me ajustó con un clang. Las cosas en la vida suceden así. Hoy sangran y mañana se curan. Mañana sangran y hoy se curan. Lo importante es no olvidarnos de que una cosa siempre llevará a la otra.

Por fin celebré mi cumpleaños. Me hicieron una fiesta encerrona, así que yo fuí para tomarme unas cañas en una terraza con el capitán y el miniyo, y me acabé encontrando una parrillada llena de gente que me cantaba el cumpleaños feliz. Entre la sangría, el regalo de K. y la emoción del momento, no guardé nada bien la compostura y se me escapó un poco de lloriqueo más o menos contenido. Odio que me pase eso. Cuando me veo en las fotos, siempre me imagino a mi padre dándome una colleja por detrás y diciéndome "los hombres no lloran, mariquita."

Jokin me ha regalado un skate. Ando como un gilipollas con el skate todo el día, de la ceca a la meca, y ya me he hecho hasta un circuito con obstáculos que recorre toda la parte comprendida entre la acera de casa, el empedrado, el recibidor, el pasillo, la cocina y el patio trasero. Vergüenza debería darme, lo sé. Pero por ahora no me da demasiado. Creo que todos los años que no pude jugar cuando era más pequeño me han convertido en una especie de zángano retrasado con pelánganos y ganas de morir. A Simón no le importa mucho. Se lo pasa teta, pedaleando en bicicleta detrás de mí, cronometrándome a la búsqueda de un nuevo record guiness de "gilipollas en skate." Karlos no disfruta tanto. Ya me ha confiscado ocho veces el tablón que pongo en los escalones para subir en plan vuelecito paria. Creo que ya le tengo un poco hasta las pelotas de inmadureces, así que cuando va oscureciendo procuro guardar el skate y comportarme como correspondería a un hombre de mi edad. Abro un botellín, me siento con las piernas separadas, pongo cara de gravedad y le digo "bueno Karlos, cuéntame...¿te he hablado alguna vez de la inmortalidad del alma y su naturaleza tripartita en el Fedro?"