Islas y Volcanes

Este post inicialmente iba a llamarse Estoy en Santorini y que le den por culo al universo, o Estoy en Santorini y los análisis no me han salido bien, pero nunca dejo mucho espacio para título y las letrazas en dos renglones alteran mi armonía obsesivo-compulsiva, así que... con eso basta.

Estoy en Santorini (y que le den por culo al universo), o ESTAMOS en Santorini. Karlos, Simón y yo. En una suite nupcial con cama supletoria. Nos descojonamos mucho con lo de la suite nupcial con cama supletoria, pero es que es absolutamente cierto. Nuestro Karlos, en uno de sus arranques escrotales, ha querido conjugar magia romántica con niño y el resultado ha sido ese. Ahora tenemos cesta de flores con forma de corazón y bañera redonda, al lado de un niño pintando tyranosaurios. Nuestros asuntos hoteleros siempre suelen conllevar un toque de surrealismo muy absurdo. Molan bastante. En el viaje a China, en Wuhan, Karlos le dijo al del hotel que nos diera una habitación romántica porque estábamos de luna de miel (otro arranque escrotal), y nos dieron una habitación de puticlub, con cama redonda vibratoria, lámparas de tul rojo y espejos en el techo. Creo que esa fue la única noche de todo el viaje chino en la que no follamos. Más que nada porque cada vez que abríamos un ojo el decorado y la risa tonta nos quitaban las ganas.

Este ha sido un miniviaje improvisado en dos días. Por motivos que ya detallaré un siglo de estos, hemos pasado unas dos últimas semanas muy jodidas de tensiones y nervios, así que nuestro capitán ha hecho un juego de manos, y nos ha traído a Santorini exprimiendo los pocos días que nos quedan antes de que empiece el colegio. Yo he mentido como una puta y le he dicho al jefe que necesitaba cogerme tres de mis días restantes para ir a un entierro. Y no solo no me he sentido nada culpable, sino que encima me ha sudado la minga dominga dejar los trabajos colgados, así que puede que me esté convirtiendo en una mala persona o algo así.

Como poco llevamos y poco nos vamos a quedar, no puedo contar mucho de Santorini, salvo que es una isla cuesta abajo. Todo cuesta abajo. Acantilados, mares, calles, playas. Hasta los lugareños son un poco cuesta abajo. Y supongo que ahora toca preguntarse: ¿y por qué no cuesta arriba? Pues porque no. Porque en cuanto la pisas, sólo quieres subir y subir, y todo terminas viéndolo desde lo más alto. Y es bastante maravilloso e impresionante. Blancos asesinos, con mares azules insultantes y atardeceres de rosa puñetero. No es para nada una isla a la que convenga venir solo. No sé si existen islas a las que convenga ir solo. La belleza y la melancolía no son algo que combinen nada, pero nada bien. Afortunadamente para mí, yo no estoy solo. Tengo a Simón, que ha descubierto el pulpo y, como buen entusiasta celebra cada plato con gritos y palmas, como si aquello fuera oro cocido. Y tengo a Karlos que, fiel a su espíritu de capitán guía "yoestomeloséchupi" nos cuenta con amor y detalle la historia de cada piedro y planturrio, que se cruza en nuestro camino.

Me gusta mucho estar aquí. Mucho. Tanto que no puedo ni explicarlo. Viendo lo que veo ahora mismo, el cielo fundiéndose con el límite de la olla, sobre el titileo de un blanco de luna, siento que tranquilamente podría saltar este balcón, bajar por ese acantilado, y tirarme en una de las rocas a morirme como un mejillón.

Es el espíritu isleño. No te abandona nunca.