Tienes razón. Hay que contarlo.

Simón ha estado tres días y medio de campamento. Tres días y medio en los que Matraka, trilogía perro-amigo-guardaespaldas, no ha querido separarse de la verja por dónde le había visto salir.

Ahí ha estado. Tirado junto a un rincón por el que podía asomar el hocico y ver la calzada por la que llegaban los coches que se acercaban a nuestra casa. Allí ha pasado un total de 96 horas. 5.760 minutos. 345.600 segundos. Con el hocico asomando por entre la reja y llorando. Tumbado o en pie. Izado o sentado. Daba igual. Él asomaba el hocico y lloraba. No importaba que yo rellenara los comederos, o le lanzara la pelota, o le enseñara desde la otra punta golosinas perrunas de cecina. Nada le hacía moverse de allí. Absolutamente nada. Por allí había salido su amigo y compañero. Por ahí tendría que llegar. El amor de un perro no necesita de muchas filosofías. Hay devociones claras y simples como un espejo.

Llegado el segundo día me rendí. Me senté junto a él y le rasqué un poco el lomo. "No seas pavo, Matraka. Volverá en un par de días." Me miró con sus ojos rojizos de yonki enternecido, y volvió a apoyar el hocico en el agujero de la verja. Ok. Le dejé un comedero y un bebedero. Nada más liberador y esclavizante que saber tu papel en la vida.

Ayer regresó Simón. Intentamos que Matraka subiera al coche para ir a recogerle al autocar, pero fue imposible. Se revolvía en el asiento y no se dejaba atar con el arnés. En cuanto le soltamos, volvió a salir corriendo hacia la verja y volvió a su puesto de vigía, así que le dejamos allí y regresamos llevando la montaña a Mahoma. Recogimos a un Simón feliz y cansado, y volvimos a casa. No habíamos atravesado aún la garita del vigilante y ya oímos los ladridos. Hay aproximadamente unos 2 km. de colonia desde la garita hasta nuestra casa. Nos dijimos "no puede ser el nuestro..."

Pero lo era. Claro que lo era.

Saltaba, ladraba, se ponía a dos patas, lamía la ventana. La felicidad absoluta con cuatro patas y rabo. Karlos le gritó la orden. Matraka está entrenado para no tirar a Simón. Es un perro grande y musculoso y Simón es pequeño y de poco equilibrio. Pero no hicieron falta órdenes. Se mantuvo a distancia. Sentado como un soldado. La pata ligeramente adelantada, dando pequeños toques en sus zapatillas. "Eh, tío...te he echado de menos, pero no me he movido de la puerta. No me he movido de la puerta, tío, porque yo sabía, SABÍA que volverías." Cuando Simón le abrazó, volvió a bajar la cabeza y a llorar. "La próxima vez me llevas ¿verdad? ¿eh? ¿me llevas? ¿eh? dí, ya no nos separamos más ¿verdad? dí ¿verdad que no nos separaremos?"

Acabo de subir a apagarles la lámpara de noche. Ahí están. Niño y perro, perro y niño. En un sólo nudo de piel chocolate y pijama.

Hay devociones claras y simples como un espejo.