Hoy no debería escribir

Pobre Karlos. Tiene las cejas quemadas de tanto estudiar. Libros por aquí, tratados por allá, informes por acullá... En secreto (y en abierto) me alegro de que ya no tenga que trabajar jugándose el tipo por esos orientemundos de locolandia, pero la verdad es que está teniendo que echarle muchísimas horas de preparación para su nuevo destino. Ahora mismo teníamos que estar en el cine viendo Pacific Rim (sí, sigo pesadito con lo mismo) y aquí estamos. Yo blogueteando, y él encerrado en su despacho entre 359 libros desperdigados junto a dos pantallas de ordenador. Cuando he visto que se pasaba la hora y no salía, he decidido dejarlo correr y no le he dicho nada. Lo último que necesitará enmedio de su caos, será a un inmaduro con pelánganos y chancletas, diciendo que hay que irse a ver robots. Nah... por esta vez seré menos yo, y le dejaré descansar. Mañana será otro día. Y pasado más.

Este fin de semana vamos a la casa de Zarautz, a cerrarla y dejarla dormida para el invierno y las lluvias. Me encantan las ceremonias de apertura y cierre de la casa de Zarautz. Me encanta lo de vestir las camas, encalar y reparar el tejado en primavera, y lo de ajustar las contraventanas, cerrar los armarios y ponerle el minio a la baranda en los otoños. Es casi como si celebráramos algún tipo de ritual pagano asociado al dios del sol, o algo así. Una especie de saturnalia, pero en versión euskaldun. La verdad es que también es una paliza para Karlos. Me ha molado mucho las últimas veces que he ido a ayudarle, porque se pone tontito recordando cuando él ayudaba a su padre, y todos aquellos años que le tocó hacerlo todo él solo, convencido de que sería una soledad que arrastraría hasta que la vejez y el lumbago no le dieran para más. Siempre digo que la vida ha girado mucho para mí, pero la verdad es que también ha girado para él. Y mucho. De un futuro cómodo y solitario en un tecnopiso de Malasaña, a una casa con buhardilla, niño, animales escapistas y un zumbado con pelánganos saltando en monopatín. En dos años y pico. ¿Alguien da más?

Cuando Karlos se pone tontito frunce el ceño y se frota el puente de la nariz con los dedos pulgar e índice. Esa es la señal de que debes dejarle solo, y no hacerle ni la más mínima broma al respecto. O eso, o te arriesgas a que te lance un bufido y te lance fuera de la habitación de una patada en el culo. Él es así. De natural tierno, con un excitante y sorprendente toque destroy.

O viceversa.