Mini-27 porque me lo ha dicho Inés

Otra vez falto de Madrid, porque mañana tengo que pasar una revisión de cráneo. O de lo que hay debajo del cráneo. No me ha apetecido mucho hacer un viaje con mascarilla y unas piernas que no me dan de sí, pero no nos quedaba otra, porque la cirujana nos hizo dos favores muy grandes en base a su amistad con mi suegra, y nos vemos obligados a corresponder con flexibilidad en las revisiones que nos marcan. Y vaya rollo he metido para explicar que hoy duermo en un hotel.
Como estaba el asunto este de mis piernas que no querían andar, nos hemos disfrazado de marqueses y hemos pedido que nos subieran la cena a la habitación. Ha molado. Las cervezas de Karlos venían dentro de una cubeta de hielo, y el pan en un cesto muy pijo decorado con galletitas saladas. Me he sentido un poco como un personaje de guión cinematográfico. Luego hemos empezado a jugar a lanzarnos mutuamente galletas a la boca y casi nos quedamos tuertos, así que el glamour ha desaparecido al tercer o cuarto galletazo y hemos sido otra vez los dos gansos con ideas de bombero, que piden la cena para poder rascarse los huevos en pijama. En pijama, yo. Karlos lleva tres cuartos de hora en pelotas diciendo que va a ducharse, pero sin hacerlo. Dando paseítos por la habitación, asomándose a la terraza, volviendo a entrar, dando chupitos a la cerveza, ajustándose el escroto... Absolutamente tranqui y desinhibido, como si el universo no fuera con él. Se me sigue acelerando el pulso cuando le veo desnudo. Y sigo sintiendo los mismos deseos de levantarme, olerle el cuello y morderle algo. El mismo deseo animal absurdo que tenía hace tres años, cuando le conocí. Me acuerdo de Miguel. De cuando me decía que solo era un cuelgue, y que se me pasaría enseguida. Sí, desde luego un cuelgue fue. Pero del palo mayor. Y hasta que baje de ahí... Hasta que baje, pasará muuuuuucho tiempo.

Si bajo.