Cariño con cordones

Ayer Pedro no quiso comer, y salió de la crisis de puro hambre. Karlos fue inflexible. "Te has saltado la comida, ahora tienes que esperar a la merienda." Entendí su táctica y no me metí, y la cosa funcionó. Se calmó, merendó, terminó de dibujar, y luego aceptó ponerse el implante una hora y algo, mientras jugaba a videojuegos conmigo. Creo al final, el equillibrio entre mi desborde de emocionalidad absurda y la rigidez mental de Karlos es perfecta para Pedro. De uno sacará el calor y del otro el orden. Seguimos adelante. Esta mañana hemos tenido una reunión con los asistentes sociales para no devolverle al centro. Está receptivo, está tranquilo y está adaptado. Mejor dejarle en nuestra casa y no moverle de ahí. Han aceptado, bajo la condición de que por el momento no le cambiemos de colegio, para no alterar mucho su ecosistema vital. Ok. Nos parece lógico. Una monja nos ha acompañado a su cama a recoger sus cosas. Me ha crujido un poco el corazón al ver las literas y las taquillas. He recordado el tiempo en el que fuí el niño que dormía en una de esas literas de abajo, y pegaba en la pared postales y fotos recortadas de los lugares del mundo que visitaría cuando me escapara. El que guardaba los chicles mascados de un día para otro. Las cosas de Pedro cabían en una bolsa de plástico. Todo me es muy familiar. Los dos tebeos que le regalé, dos camisetas promocionales, una bolsa con tres canicas y una caja de rotuladores. Pienso que Pedro se merecía más que eso. Él y los demás niños que se quedan en esas literas, con sus cinco cosas en un estante. Le digo a Karlos "si yo tuviera dinero..." y él me dice que hay que ser constructivo y mirar lo que tengo delante. Bien. Vale. Por ahora, miremos lo que tengo delante.

Mientras guardo sus cosas en el armario de Simón, le digo a Pedro que fue su cumpleaños el mes pasado. Que le debemos un regalo. Que qué  quiere. Él me pide unas zapatillas sin velcro. Le digo que no, que la ropa se la vamos a comprar igual, porque la necesita. Que los regalos de cumpleaños tienen que ser cosas que nos gusten mucho, aunque no las necesitemos. Que lo piense y que me diga lo que en estos momentos le haría más feliz conseguir. Él agacha la cabeza y se queda un rato pensando. Luego, me mira y dice: " Unas zapatillas sin velcro."