Alegría, alegría y Pan de Madagascar

Ya tenemos casa de verano. Y es grande, grande, grande. Y con piscina, piscina, piscina. Y está a un paso de la playa, playa, playa. Ya estaba yo seguro de que los djins se confabularían y terminaríamos en Madrid, metiendo los pies en un barreño, o en la playa de Zarautz, bañándonos los cuatro en cordada, como quien escala el Himalaya, para que el cantábrico no se nos llevara ningún niño. Pero no. Ha habido suerte y por fin encontramos un casero con el que Karlos no se ha dado de tortas. Rompo una lanza a su favor. No es solo que él tenga poca paciencia para según qué tratos. Es que el personal tiene mucho hocico. Pretender que paguemos 300€ de plus por llevar los perros, cuando no consumen ni electricidad, ni gas, es ser un sinvergüenza y de paso tomarnos por idiotas. Y como esa, diez iguales. Que ya estaba yo pensando en ponerles un trajecito y una gorra y decir que eran tres niños con hirsutismo, muy calladitos.

Nos vamos a Alicante, a la playa de las Marinas (eskerrik asko, Juankar). Y la primera semana a Eurodisney a llevar a Pedro. Nuevo miembro de la tribu = Nuevo viaje a Eurodisney. Al final lo tomaremos como norma y el Ratón Mickey nos hará la ola cuando entremos con nuestros 29 niños de acogida, cantando a lo Von Trapp. La idea era ir a Florida y terminar de arruinarnos en un solo verano, pero decidimos por unanimidad que era arriesgado meter a Pedro en un avión 9h. Es posible que no pasara nada, pero también es posible que sí, y no queremos terminar nuestros días en un linchamiento, ahora que por fin HEMOS ENCONTRADO LA MALDITA CASA EN LA PLAYA.

Me suena extraño estar aquí hablando de vacaciones cuando hace dos días que dejamos la Navidad, y en casa solo éramos tres. Tengo la sensación de que mi vida va en patines.