Cansancio

Karlos está en Gabón. Pero bien. Sin peligros, ni aislamientos, ni malos rollos que me lleven a hacer de este blog un pesadito valle de lágrimas. Volverá el sábado por la mañana, sin dormir, sin afeitar, sin cambiarse de ropa en dos días, y dispuesto a ver el partido de fútbol con sus 20 compañeros de rugby. Aquí todos metidos gritando y comiendo pizza a dos carrillos. Alegría, alegría y Pan de Madagascar. No me importa. Vuelve como quieras, pero vuelve. Yo también veré el partido. Me mimetizaré. Eso es lo que hago con los amigos menos cercanos de Karlos. Me vuelvo transparente y me mimetizo, adquiriendo una consistencia chunga en la que estoy, pero no estoy, porque ni falto, ni sobro. Y hablando de amigos menos cercanos... El autobusero va a casarse en julio. Nos ha traído una invitación muy hipster, con papel verjurado y monigotes divertidos, en la que pone "Karlos Z. y acompañante." Luego me ha dicho que el acompañante era yo, porque le entró un lapsus mental y no recordó si me llamaba Ariel o Abel. El equilibrio cósmico entre el autobusero y yo no se restaurará jamás. Con él es imposible lo de mimetizarse. Para él sobro siempre, y todo sería más fácil si yo no hubiera nacido. Imagino que piensa que de no haberme cruzado en su camino, su grieta sentimental con Karlos podía haberse restaurado con el tiempo. Lo de cepillarse un tercero cuando aún eran pareja, se ve que lo borró de su memoria selectiva. Lo entiendo. No me parece extraño. Siempre es mucho más llevadero para el ego que exista alguien a quien volcar la responsabilidad de nuestros actos. El ser humano, en general, viene construído así de fábrica.

Me cansan un poco los fantasmas del pasado que llevan cruzándose por mi camino desde hace un par de meses. Me gustaría que me dejaran en paz con mi vida, igual que yo les dejo en paz con la suya. Me enfurece un poco que a estas alturas todavía pretendan sentarme en sus tejados para jugar al pimpampum.

Como decía Teo... a veces matamos demasiado poco.