Pues menos mal que iba a volver...

Hola blog. Siento todo el tiempo que te he tenido en standby. No es mi intención, ni mi desidia. Solo es la vuelta al trabajo y a no dormir las horas suficientes. Porque al final todo se traduce en eso. En no dormir lo suficiente y llegar a las ocho de la tarde con un arrrrggggffssshhh... que no permita pensamientos lúcidos. Sin pensamientos lúcidos, no hay redacción lúcida. García Márquez decía que se ponía el mono de trabajo para escribir. Nunca lo he entendido. O sí. A lo mejor solo los primeros libros los escribió como un estornudo y por eso eran tan mágicos y los últimos los escribió como un deber y por eso eran tan... tan... tan eso.

En estos momentos hay un negro gigante sentado en mi comedor comiendo churros y hablando con Simón. No sé qué demonios hace aquí. Ha llamado a la puerta y ha dicho que venía a arreglar el jardín con Karlos, así que me imagino que será uno de esos saraos que Karlos monta y luego olvida decirme. Pero Karlos no está porque se ha ido a triscar los Himalayas en bicicleta, así que lo único que he podido hacer con el negro es invitarle a sentarse y ponerle un café con churros. Y ahí está. Tan feliz comiendo churros mientras Simón  le acosa verbalmente con 356 frases por segundo. Qué tiempos aquellos en los que se tapaba la cabeza con la camiseta y solo decía "sí" y "no". Pedro está mirándoles desde una esquina. Cuando el negro repara en él, se esconde rápidamente y vuelve a asomar pasados unos segundos. El niño perro y el niño gato. Simón le dice al negro: "no te asustes cuando muevas el jardín porque hay cosas muertas dentro ¿vale?" y el negro sonríe, todo dientes y todo dulzura y le dice "vaaaaale. No hay problama, amico." Simón se refiere a la tortuga, pero tal y como lo dice suena como si fuéramos una familia de psycho killers y tuviéramos una plantación de abuelitos degollados debajo de las tomateras. Igual da. Es mejor no volver a hacerle entender que los interlocutores en ocasiones necesitan explicaciones previas. Las veces que lo he hecho ha sido peor el remedio que la enfermedad, y además, el negro no está entendiendo ni papa de lo que le están diciendo. Aún así le sonríe y le contesta. Es muy simpático. Una de esas escasas magias en las que el afán de supervivencia no te anula la alegría de vivir.