Treinta días

Karlos se ha ido. Estará fuera cerca de un mes, y pululando de sitios chungos a sitios peores. Quizá pueda escaparse algún día suelto a vernos, para acordarse de nuestras caras (y para dejar que yo le exprima como a un limón). Yo no sé del todo como me siento. Creo que bien. Intento no agobiarme demasiado. En parte porque no me aguanto cuando me pongo plañidero, y en parte porque un mes preocupándome afectaría seriamente al funcionamiento de mi hígado, y ya me lo castigo bastante con la Repostería Martínez. Así que buena cara, sonrisita absurda, confianza ciega en nuestra buena suerte y videoconferencias por un tubo. Él sale cantidad de guapo en las videoconferencias. Yo no. Parezco un estornino al que hubieran dado un susto. Menos mal que siempre estoy dispuesto a que me mienta con el "hola guapo" y demás monerías.

Pedro ha pegado un pequeño giro de cariño. Ahora se apoya siempre en mí por el costado, y por las noches, cuando nos quedamos solos viendo la televisión después de que Simón caiga en coma encima del perro, me coge de la mano para ver la película. No sé qué quiere decirme con eso. Supongo que algo así como "solo no estás."

Claro. Claro que no estoy solo.