C A L O R

¿Creías que no vendría nunca? pues nunca es mucho tiempo. Ya está aquí. 21ºC a estas horas de la noche. Mucho para dormir, así que vamos a hacer la chulería de montarnos un vivac en el jardín. Con sacos, perros, linterna y algún cuento de terror que caerá más tarde que temprano. Es el aire gamberro prevacacional que nos envuelve, porque pasado mañana por la mañana, salimos de viaje. Se supone que yo tendría que haberme hecho una lista con las cosas para hacer y para llevarme, pero soy fiel a mi conducta habitual y no he hecho nada. Luego vendrán esos momentos especiales en los que descubro que me he llevado el ipod sin auriculares, o el kindle sin cargador.

Pedro se emociona. Vibra. Karlos le ha estado diciendo que alquilaremos unas motos de agua para dar un paseo por el mar. Abre mucho los ojos, sonríe y aprieta los puños. Mira a Simón y le dice "¡va a ser como en la tele!" Se llevan bien. Muy bien. Hacen piña y se complementan. Se apoyan. Simón es la piedra angular sobre la que Pedro hace palanca para salir de su mutismo. Gracias a Simón se relaciona, habla, y no se esconde. Teníamos miedo de que no funcionaran juntos. Nos equivocamos. Son perfectos el uno para el otro. Simón respeta la cuadratura de Pedro y comparte con él su chispa de alegría. Hace un rato, Karlos les leía un trozo de la Isla del Tesoro. Tenía a Simón en las rodillas y a Pedro con la barbilla apoyada en su hombro. Me ha parecido cantidad de tierno. Karlos, tan grande, tan bruto, tan ogro, con los dos niños tan pequeños rodeándole, pendientes de su voz. Quiero mucho a Karlos cuando hace esas cosas. Cuando apuntala nuestro ecosistema familiar y lo apacigua. De verdad. Le besaría. Le diría que es lo más perfecto que me ha pasado en mi puta vida.

Y él soltaría una carcajada y respondería "Ojo. Atento. Momentazo Ingalls."