Vitrinas

Anoche no tenía que venir, pero apareció. Le debían un cambio de guardia y lo aprovechó. Apareció cuando yo ya estaba a un tris de acostarme, intentando por quincuagésima vez lo de dar una vuelta de 360º con la hamaca colgante del jardín (algún día me partiré la columna por tres partes y seré el imbécil más triunfador del hospital). Me gusta cuando aparece por sorpresa. Me agarro a él como los monitos a la mamá mona. Además, sumo que estoy en pico sexual. Uno de esos en los que voy olisqueándole el cogote, ya sabes. En todos estos años de blog, he dejado constancia de unos cuantos. Pues... en uno de esos estoy, así que es un detallazo eso de que me lo devuelvan por las noches. Muchas gracias, destino. Te debo una. La verdad es que fue un día complicadillo. Matraka se tragó un muñequito del warhammer, justo 12h. después de haber vomitado el Han Solo de lego que se comió el día anterior. No sé a qué viene este afán que tiene ahora por comerse héroes de ficción, la verdad, pero como sea una nueva forma de pasar el finde, solo con subir a la buhardilla tiene ahí buffet como para alimentarse hasta Nochebuena. Y algunos llevan espaditas, de las que se clavan donde no deben consiguiendo preciosas peritonitis. Karlos dice que deberíamos poner todos mis kilos de mierdecitas detrás de algún tipo de vitrina donde los perros bulímicos no pudieran acceder. Y yo le respondo que lo pensaré, que es lo que decimos siempre los que no queremos hacer algo, sin que se note demasiado que nos los pasamos por el forro de los huevos.

No puedo tener vitrinas. No soy un chico de vitrinas. Realmente, hay que nacer chico de vitrinas, para poder ser un chico de vitrinas. Y yo no lo soy. Eso está claro. Y transparente. Como una vitrina.