Desenlaces

Karlos me perdonó y ya me habla. Con cierto posillo de "la próxima vez te cuelgo del palo mayor", pero me habla. Y me llama Ari. Que me llame Ari es superimportante, porque cuando realmente tiene ganas de escabecharme a fuego lento, me llama Ariel. "Ariel, mañana repintas la pared y quitas eso." "Ariel, quita los superhéroes de la encimera de la cocina." "Ariel, no metas al perro en la bañera." Por el contrario todo su cariño está lleno de Aris. "¿Qué te parece si nos escapamos otra vez a Santorini, Ari?" "Qué bonito eso que has escrito hoy, Ari." "Ari, me gustas con ese pijama absurdo chuminero que llevas..." Bueno, no. Absurdo chuminero no dice. Eso es aportación mía. Él dice pijama de muñequitos. Pero bueno, el mensaje se ha entendido. Que a veces una sílaba de más o de menos en mi casa tiene una importancia emocional vital.

Ya he dejado la moto en el taller. He prometido (otra vez) que no volveré a cogerla hasta el verano. Esta vez lo cumpliré, sobreponiéndome a mi instinto lemming. Y también he abierto los análisis y he llorado encima con los resultados catastróficos. Tal y como esperaba, nada está en su sitio y mi cansancio era falta de hierro. Vuelta la burra al trigo (frase acertadísima con doble sentido). Ahora mi siguiente paso de terror es tener que ir a la endocrina borde a que me pegue y me ponga otro tratamiento que, seguramente, tampoco cumpliré. PERO QUE INTENTARÉ CUMPLIR. Estoy pensando seriamente en vegetalizarme y dejar la carne. De verdad. O al menos probarlo durante una o dos semanas y ver si me siento ligero, nutrido y superbien, o si por el contrario decido por fin subirme a un campanario con una escopeta de perdigones y dedicarme la aniquilación del mundo mundial. Creo que voy a probar.

Lo de dejar la carne, no lo de aniquilar. Lo de aniquilar luego, si eso.