...de...

Hace un momento le decía a Inés que estoy pisando mi límite de angustia vital. Después de decirlo me he sentido muy gilipollas. No tengo límites para la angustia. Demasiado dramático para mí. Pero es verdad que con cada hora que pasa, con cada "no hay noticias" de Jokin me voy preocupando más y más. Anoche tuve que tomar diazepam porque tenía el cuello como una cuerda de barco. Y según me acostaba pensaba "cuando le tenga delante, primero le beso y luego le meto una hostia." Me apetece pegarte. Empujarte y preguntarte por qué cojones me haces esto. Lo justo hasta que se me pase el ataque de pánico imbécil y me dé cuenta de que en realidad esta situación ya existía antes de mí. Que tú no me estás haciendo nada. Que simplemente soy yo el componente intruso en esta historia. El que llega el último y encima se permite ponerse el primero. Te harán gracia estas ralladas, lo sé. Si estuvieras aquí oyéndome contarlas, soltarías una carcajada y dirías "pero...¿de qué me estás hablando?"

Yo que sé. Yo que sé de qué te estoy hablando.

Ayer pasé la ITV del coche. O mejor dicho, en principio no la pasé. Me dijeron que tenía la luz derecha demasiado alta. Justo la que cambié yo, claro. La que cambiaste tú estaba perfecta. Con esas lo llevé al taller del Hipercor. Y allí me las regularon, y me cobraron 12€ de vellón. Y volví al ITV. Y otra vez me dijeron que todavía estaba demasiado alta y que no podían darme el aprobado. Todo esto con los dos niños detrás, porque había salido tarde de trabajar, y los había recogido directamente del logopeda. Le rogué (nunca mejor escogido el verbo) al chico de la ITV que me pasara el coche. Que era muy tarde, que estábamos agotados, que llevaba un día de mierda y que ir dos veces y no conseguir la pegatina, iba a ser lo único que me faltara para coronarlo. Lloriqueé todo lo que pude y más, le conté mi puta vida y le juré y perjuré que no dejaría sin revisar lo del faro. Simón se había quedado dormido en el asiento de atrás y Pedro empezaba a poner su cara de angustia. Ya era casi de noche, y faltaban diez minutos pelones para que cerraran. Fue mi momento de pánico llorica, pero funcionó. El chico se apiadó y me aprobó. Me sentí tan agradecido que a la salida fuí directo al Hipercor otra vez a regular el faro de las pelotas (como expresión, no es que ahora las lleve alumbradas, ni nada de eso). Cuando terminé todo el sarao eran casi las nueve de la noche. Terminé comprado comida rápida de microondas para cenar, y los dos críos no pudieron acostarse hasta ya bien pasadas las once. Te eché de menos. Mucho. No sabes cuánto. Tú hubieras gestionado todo mucho más eficazmente que yo. Sobre todo porque nos habrías llevado a casa y luego me habrías dicho "no te preocupes, que mañana me encargo yo de todo" y yo simplemente habría dicho "Vale. Gracias."

Las noches se hacen largas y los días cortos. Cada vez más. Y lo peor es que no tiene nada que ver con el otoño, Karlos. Nada.