Me acaban de decir que habéis vuelto a la base y que estáis vivos y enteros (utilizo el plural para parecer solidario aunque la cruda verdad sea que solo me importabas tú). No he pedido hablar contigo, porque sé que allí será la una de la madrugada, que estaréis destrozados y que ahora lo único que querrás será dormir y volver a casa. Sé que mañana me llamarás y que ya me dirás cuándo volvéis (sigamos usando el plural solidario y mentiroso). Sé que ya puedo dejar de preocuparme y que, salvo que se estrelle el avión y esto sea como un culebrón venezolano, ya solo me queda esperarte.

Hasta ahí la coherencia. Ahora, el absurdo:

No puedo dejar de llorar. Se me ha venido todo abajo. Todo lo que he ido acumulando sobre la cabeza estos últimos días. Todo junto y en avalancha, desde mi cerebro hasta mis pies. Y ahora que es cuando debería mantenerme firme y contento, aquí estoy. Que me cuelgan hasta los mocos y no puedo parar. Y ese es el motivo dos por el que no he pedido poder hablar contigo. Ya ves. Tan machote yo para aguantar el tipo, y tan nenaza para soltar amarras.

Estoy muy contento de que estés bien y entero y de que al final, hayas vuelto a no equivocarte. Y eso es lo único que quería decirte antes de acostarme.

Eso y que no hagas mucho caso de los últimos post, en caso de que los leas mañana o pasado.

Y que vuelvas tranquilo, que te espero.

Como siempre desde siempre, Jon.