Venga...

Es básicamente imposible que puedas leerme, puesto que nisiquiera habéis podido mandar una señal y nadie parece saber dónde estáis, ni si estáis bien, pero aún así voy a seguir intentándolo. La última vez que sucedió lo mismo, volviste con tres costillas rotas. Voy a ponerme a pensar que eso es lo peor que pueda pasarte. Voy a ponerme a pensar que mañana leerás esto. Voy a ponerme a pensar que solo es un problema de conexiones. Voy, en definitiva, a ponerme a pensar en positivo, porque para pensamientos negativos ya llevo todo el fin de semana y se me empieza a notar. Ni debo, ni quiero que se me note, Jon Karlos Z. Un pacto es un pacto, y ese fue uno de los nuestros.

Me llevé a los SimPed a comer al TR. La comida que dejaste perfectamente preparada y envasada en la nevera, sigue ahí, en sus siete tupperwares. No he tenido cojones de portarme bien. Luego hemos ido al Hipercor a comprar videojuegos y chucherías de las que no debo comer, y me he comprado el juego nuevo de Zelda, y una  mandolina para cortar verduras. Lo del juego ha tenido su lógica, pero lo de la mandolina ha sido todo un misterio para mí. No me preguntes por qué demonios la he comprado. No tengo ni idea. Solo sé que la he visto y me ha parecido estupendo tener una, incluso a pesar de que hasta hace ocho horas, nisiquiera sabía qué demonios era una mandolina. Cuando la he sacado de la bolsa, me he pasado diez minutos mirándola fijamente con ojos de lemur. A lo mejor esperaba que a base de mirarla, se convirtiese en algo lógico de comprar, como un salero o un manojo de puerros. Así de absurdo soy, Karlos. Cada vez peor. Lo único que me consuela es que te reirás cuando la veas. Seguro. Tú siempre te ríes de mi surrealismo mental. Y hasta lo aprecias. Joder, Karlos... Aparece de una vez, por favor. ¿Dónde cojones quieres que encuentre yo a otro como tú?