Huecos

Pues ya está. Adiós Asesino Desgarracipotes. Perdóname por haberte puesto ese nombre. No queda lo que se dice perfecto en un panegírico. Pero bueno, ya me conocías. No soy un dueño de mascotas que esté dentro de lo habitual. Para empezar, nisiquiera estoy seguro de que seáis mascotas. Supongo que para eso tendría que haber conseguido que alguno me obedecieráis o algo así. Y en mi ida de olla natural, nunca he estado por esa labor, es verdad. Pero lo de dormir todos en tropel encima de mi estómago, lo de jugar al escondite en tu caseta, lo de revolcarnos por el césped quitándonos mutuamente la cuerda de los dientes (que aún conservo una muela floja por tu culpa)...¿eso en qué nos convertía?¿en colegas? bueno, ya da igual. Nos queríamos ¿no? no pretendo ponerme a tu altura. Las cursiladas no van conmigo. Ahí, a cuatro patas los dos y haciendo el ganso, yo era un puñetero humano y tú un puñetero perro. Y ya sé que nuestro cerebro no funcionaba igual y que seguramente eso de que me lamieras la cara y que saltaras feliz como una pulga borracha cada vez que me veías, obedecía más al sentimiento de manada que al amor, pero a mí me servía, Asesino. Y supongo que eso era lo realmente importante. Que fuera lo que fuera, en mi cerebro de puñetero humano, sabía a cariño. Y a calor. Y ese calor será lo que a partir de ahora echaré de menos. Mucho. Más que mucho. Más que todo. Y tu hueco en la manta por las mañanas, me joderá vivo. Porque otros vendrán detrás, claro. Y detrás de mí también, cuando me haya ido. Pero te lo puedo asegurar, por muchos que vengan detrás, cada uno que se va es único, Asesino. Cada uno que se va, no se borra nunca. En ningún lado. Ni en el hueco de esa manta, ni el hueco de aquí dentro.