Psycho

Tengo un compañero nuevo. Vino para sustituir a Jorge el Curioso. Nada más verle se me erizaron un poquito los pelos de la nuca. No sé explicar por qué. Porque es siniestro y satánico. Para empezar no hace ni el más mínimo ruido. Nada. Está y es como si no estuviera. Ni cuando se sienta, ni cuando se levanta, ni cuando camina... Todo en él es silencio absoluto. Es como si siempre estuviera rodeado de una neblina algodonosa, que me hace pensar en un vampiro o un basilisco con forma humana. Y no habla. Bisbisea en un ronroneo de voz ronca perfectamente vocalizado, como un psychokiller de teleserie, de esos que miran a la cámara desde abajo, entornando los ojos y con la pupila fija.

Soy simpático con él. Siempre lo soy con los nuevos, de verdad, porque intento que no se sientan todo lo agobiado y aislado que me sentiría yo en ese macrocosmos de clasismo que es mi empresa, pero con este... Con este se me erizan hasta los pelos del pubis. Y cuanto más simpático me pongo y más confianzas vamos cogiendo, más siniestro le voy encontrando. Que me ha dicho el pobre que vivía con su madre y su gato y directamente me los he imaginado a ambos momificados desde una mecedora, encima de una estrella de cinco puntas tallada en el parquet con un hueso humano.

Hoy me ha traído turrón de chocolate con petazetas. Y lazos de hojaldre con chocolate y dos bolsas de pipas de calabaza. Ha dicho "así se hace más llevadero el trabajo ¿no?" y luego me ha soltado otra de sus miradas lúgubres de "gordito será más jugoso cocinarte."

La verdad... Es más fácil temerle cuando no me debato entre el desasosiego y la gula. Punto para él.