Volcanes

Otra vez dolores. Estos de cabeza. Revocables y en tratamiento (menos mal), pero dolores, claro. Así que estos días me cuesta concentrarme. Es un poco inoportuno que no me funcionen bien las meninges redactoras, porque tuvimos nuestra fiesta Halloween y fue perfecta. Y aquí estoy como un idiota que no soy capaz de hacer ni un post que haga honor más o menos a lo divertido, genial y trepidante que fue todo. Porque lo fue. Y nos reímos como nunca, de verdad. Tanto que terminé haciéndome pis dentro de mi traje de zombi como una vieja de fuelle flojo. Mi cuñado Samu (que formaba parte del pelotón de refuerzo adulto improvisado para cuidar de tanto niño) salió peor parado porque se llevó un tridentazo en los huevos de una de las minidemonias. Pero salvo eso, todo salió bien y sin incidentes (sin contar con que poner telarañas de azúcar colgando de lámparas resultó otra de mis ideas de bombero, porque con el calor se derriten y la casa termina oliendo como una verbena de San Nicasio). Pero eso. Que aquí estoy. Viendo las letras bailar y sin ser capaz de redactarlo.

Karlos ayuda. Él siempre ayuda. Siempre. Hay personas tóxicas y personas medicinales. Karlos es de las segundas. Cuando me dan los picos fuertes, me tumbo sobre sus rodillas y pasa horas masajeándome la cabeza y hablándome en susurros. Se le da bien, el alivio es brutal. Llego hasta a quedarme dormido. Como si el dolor se fuera enredando entre las yemas de sus dedos, y saliendo de mi cabeza en pequeñas espirales negras. Karlos el curandero. El guerrero brujo. El matadragones. Creo que el próximo mural buhardillero se lo voy a dedicar a él. Cuando la montaña esté superada y volvamos a pisar la meseta. Cuando toque volver a pintar.

Hemos decidido irnos a Islandia como viaje de aniversario. Con dolores o sin ellos. Dice que me debe volcanes.

Mi Ariel de ocho años está feliz.