Ya no más Ingalls hasta Diciembre

Hoy tenemos la última reunión del equipo Islandia. Esto es, Karlos, Jokin, Gustavo (hasta hoy, el novio cocinero) y yo. Karlos ha hecho cocido y vamos a ultimar rutas entre morcilla y garbancitos (por la comida, no es que ahora Islandia tenga árboles morcilleros ni nada de eso). En realidad teníamos que haberlo hecho ayer noche, pero somos el grupo de viaje más procastinador que ha pisado el planeta tierra. Nos dió por ponernos Footloose mientras cenábamos y terminamos Gustavo y yo, haciendo apuestas y concurso sobre quién era capaz de hacer volteretas laterales y hacia atrás y quién no, mientras Karlos y Jokin intentaban poner orden y centrarnos inútilmente en el verdadero motivo de aquella reunión. Creo que soy una mala influencia para Gustavo. Hasta que me conoció era un cocinero tranquilito y obediente, y ahora mírale... convertido en un saltimbanqui anarquista. Karlos dice que soy como el Rey Midas de la anarquía. Que todo lo que toco lo convierto en rebelión y sudapollismo. Pero no me preocupa demasiado porque no lo dice en plan mal, sino en plan fíjatetú, así que... imagino que no le debe resultar completamente molesto. Qué demonios. Todo orden necesita un caos. Si no, carecería de sentido.

Gané el concurso de volteretas. Se me da de puta madre brincar y trepar, porque peso poco y más que músculos, tengo gominolas. Ya lo he comentado otras veces. Subir, subo rápido a donde sea. Lo que ya no sé es bajar de donde me subo. Soy como una especie de valiente inútil, que afronta temerario el peligro y luego se tiene que quedar a vivir en él, porque no sabe salir.

Algo así.

Me gusta mucho Gustavo. Es cariñoso, positivo y dulce. Estoy emocionado por el viaje. Últimamente me emociono por demasiadas cosas. Lo sé. LO SÉ.