Aquello que no debería estar ahí

Mi estómago sigue en el lado oscuro, y cada vez más sith. Hoy mi compañero ha traído polvorones y me he comido cuatro. Y no son ni las 12h. Imagina lo que será de mí para cuando llegue la tarde. No sé por qué me hicieron sin botón de autocontrol y reset. Soy la prueba viviente de que la naturaleza es de todo menos infalible.

Y vuelvo a mi compañero. Me ha invitado a comer hoy a casa de su madre. Podría ser entrañable, pero es raro y desasosegante, porque lleva conmigo apenas un mes y ninguno de los dos tenemos 13 años. No hay nada que cuadre mucho en esa invitación. Si fuera en una cafetería, en un restaurante, en un bar "te invito a comer para celebrar la Navidad", vale. Bien. Qué detalle, mil gracias. Pero "mi madre quiere invitarte a comer en casa..." Ehr... ¿tu madre? "Pero, es que ha venido de visita o algo o...?" "No, no. Vivo con ella." Ahí me hubiera gustado preguntarle "pero está viva ¿verdad?" Ese es el detalle imprescindible que hubiera faltado. Pero la cortesía y el miedo a pisar según qué sentimientos (o a comerme según qué hostia), me lo han impedido. Qué le vamos a hacer. En parte pienso que puede ser porque el chico crea que he tenido algo que ver en su contratación, y no se haya dado cuenta de que yo no era más que un pegote absurdo en la mesa de entrevistas colocado por el jefe. Pero si es así, no entiendo que no haya invitado precisamente al jefe, que es quien debería importarle realmente. Solo por las zapatillas rotas, las camisetas imposibles y los pelos de muppet ya debería haber caído en la cuenta de lo poco que importo yo en este departamento, de esta oficina, de esta empresa, de este mundo, de este universo en general. Mira, quizá debería haber empezado por ahí. "Tú sabes que yo no importo nada aquí ¿no?"

Y lo bonita que hubiera sido una respuesta sombría tipo "Lo sé. Por eso nadie te echará de menos."

Ja.