La maldición de la ilógica

Preocupado por mi gato Tripi. Está adelgazando a ojos vista, y de forma asintomática. Come bien, responde al juego, no vomita, no parece aletargado... Pero cada vez está más flaco. De gato cebollón ha pasado a gato callejero en cuestión de un mes. Le llevé al veterinario y me dijo que en cuanto a exploración parecía sano. Pelo, ojos, dientes, abdomen... todo en orden. Salvo por los pellejos que empiezan a colgarle y las paletillas cada vez más marcadas. Le sacaron dos analíticas y todavía no tengo respuesta. La esperaba hoy en mi correo y no ha llegado. Tampoco me han llamado. Empiezo a preocuparme y a estar un poco jodido. No llevo bien los problemas de mis mascotas. El otro día encontré una de las correas de Asesino en el armario del garaje y me senté en el arcón a llorar como un absurdo. Ahí me encontró Jon. Y menudo susto idiota le pegué al pobre. No estoy demasiado preparado ahora mismo como para perder otro animal más. Y menos uno de mis gatos. Quiero mucho a los perros, pero mis gatos van siempre un poco más allá. Quizá porque son parte de esa vida a mis espaldas, de la que hablaba el otro día. Conmigo vivieron toda la mierda de mi cáncer de rodilla (que anda que no se chuparon a mi lado noches en vela de dolor y de "de esta no salgo"). Conmigo fueron de casa en casa cuando no teníamos ni donde dormir, y conmigo también conocieron y asimilaron a Jon como estación final feliz de trayecto. No puedo evitar que se mueran, ni que se pongan enfermos, pero... Tripi solo tiene siete años. Deberían quedarle por lo menos otros siete de seguir dando por culo ¿no?

Ya. Mi mejor amigo tenía 23 años cuando murió. Yo era el flaco lemming enfermizo y él el gigante forzudo conservador. Pero él murió y yo sigo aquí. Zampando panteras rosas y tirándome desde los tejados.

Odio que la vida me haga trampas con los cronómetros. Creo que esa es la única ilógica universal que me molesta.

Llama de una vez, maldito veterinario de los huevos...