Ne m'oublie pas (y yo no haría mucho caso)

Ayer no tuve un buen día (para muestra, un botónpost). El sábado fue agotador y divertido y no tuve mucho tiempo de pensar, pero llegó el domingo y ahí me cayó encima todo lo que no había pensado el sábado. Caí en barrena, claro. Jon no tuvo que ver, no. Al contrario. Suele ser lo único que me sujeta al suelo. Y tiene bien aprendido que en mis comeduras de moral es mejor dejarme espacio. Para compensar el día de rumble-rumble mental, por la noche salimos al teatro. Gustavo nos había recomendado una obra de los Teatros del Canal. Nos dijo literalmente que era preciosa y le había gustado mucho. "¿Pero qué es exactamente? ¿danza?" "Es difícil de explicar, porque es danza... música... teatro visual... marionetas... Todo muy onírico y muy bonito."

Una vez vistos los primeros 20 minutos, yo no tuve tanto problema en explicar lo que era la obra. Sencillamente, un infierno. Ya el hecho de que empezara con una mujer vestida de época con una careta de chimpancé, cantando ópera barroca en mitad de una tundra helada de cartón piedra, debería habernos dado una pista. Pero aún así nos la tragamos entera. A Jon le pareció semitostón. A mí tostón completo. Ni danza, ni música, ni marionetas, ni... nada. Ocho tipos dando saltos con muñecos pegados al cuerpo en el marco de un soniquete repetitivo e irritante. Luego estuve mirando las críticas y la mayoría eran buenas y hablaban hasta de premios, así que imagino que el problema no estaba del todo en la obra, sino en mí, que tengo un cerebro intelectualmente limitado, y no estoy hecho para el "teatro visual onírico" francés. Desde luego, te juro que si hubiera estado en uno de los extremos de la fila de butacas, tranquilamente habría deslizado el culo hacia abajo y habría escapado de allí reptando como una lombriz. Pero no. Estaba en todo el medio. Así que lo único que pude hacer con mi culo es acomodarlo unas 325 veces a lo largo de la hora y media (sin descansos) que duró el infierno. No muy lejos de nosotros, estaba sentado Albert Boadella. Me dijo Jon que la comunidad le había adjudicado la administración de los Teatros. De verdad que ganas tuve de sacarme una zapatilla y tirársela a la cabeza, en agradecimiento por el buen rato.

Cuando salimos fuimos a cenar japonés y a beber vino. Y ahí ya, oyendo reír a Jon mientras hablaba de la obra con Jokin, dejé mis penas en barbecho. Y me sentó hasta bien. Para cuando volvimos a casa, yo ya era la continuación feliz de lo que había sido mi domingo. Menos mal. Hay personas por las que vale la pena dolerse y personas por las que no. Pero es complicado tener la mente lúcida para poder distinguir entre unas y otras. Sobre todo cuando aún te duele en la boca la bofetada.