Qué pereza todo...

Mañana salimos para Barcelona para que me hagan la limpieza cerebral.

Me mola decir lo de la "limpieza cerebral", aunque no sea exactamente eso. Me imagino al doctor metiéndome una manguera por la oreja y gritando a la enfermera ¡AHORA! ¡YA! ¡ABRE EL GRIFO!" 

Nos han dicho que es una intervención endonasal sencilla y que si no estoy muy mareado y/o dolorido, podremos irnos en el mismo día para casa. Jon no está muy convencido y se ha empeñado en reservar otra noche de hotel porsiaca. Espero que sea un porsiaca en vano, porque quiero volverme cuanto antes a Madrid, aunque tenga que ser con el cerebelo metido en un tupperware. No quiero dejar solos a perros-gatos-niños. No quiero que se preocupen por mí o que piensen que pasa algo malo (los niños; los perros-gatos no se preocuparían ni aunque tuviera que cruzar la Tundra en chancletas). Sobre todo quiero volver pronto por Pedro y por el crazygato. Los dos comparten un mismo y curioso rasgo: si estoy en casa no me hacen ni puto caso, pero como falte, se alteran y ya no se tranquilizan hasta que no vuelven a verme. No sé bien en qué consiste. Quizá en una especie de "no te necesito pero tampoco te vayas" o algo así.

Bueno, el gato sí sé para qué me necesita. Para que le llene los bajos del sofá de muñequitos lego. Con tanto público mirándole sonriente, debe sentirse ahí abajo como Mae West.

Llevo un par de días cansado y con dolores de cabeza de los de antes. Me cuesta concentrarme y me salen las palabras del revés. Le he dicho a mi compañero raro que esos eran los primeros síntomas de un ictus y que fuera ensayando un masaje cardíaco si veía que babeaba y me caía la cabeza contra el teclado. Ha puesto cara de pánico absoluto y se le han teñido las orejas de color lombarda. Me parece a mí que como me diera de verdad un ictus con este, lo iba a llevar clarinete para la supervivencia. Para cuando reaccionara el muchacho, tranquilamente yo habría podido morirme ocho veces y resucitar otras cinco. Es sagaz como una lechuga, el pobre.