A trocitos

Entro a trocitos. Dibujo a trocitos. Escribo a trocitos. Miro vídeos a trocitos. Pongo tweets a trocitos. Es el precio de mi nervio óptico, que todavía anda un poco chamuscado por la operación. Jon ha tenido miedo desde el pie del cañón. Mira tú. El comandante laureado. El Juan Sin Miedo de los desiertos afganos. Llegó el canijo de los pelánganos y le jodió el invento. Le sentía pasear por la habitación y sentarse en la cama de noche (¿era de noche?) y sentía su mano, que no se parece a ninguna, pasar por mi pelo, por mi brazo, colocarme la sábana... Jon peleándose con el mundo. Cabreándose. Buscando puertas de emergencia. Poniéndome la cuchara en los labios "tienes que comer..." "tienes que levantarte..." "tienes que hacer pis..." "tienes que mirarme. Mírame Ari. Ari... mírame..." Ha dolido. Conté hasta cuatro veces que me hubiera gustado tener una cabeza de quita y pon. O una guillotina, para librarme de ese dolor y ese zumbido ahí arriba como de nube de moscas constante y martilleante chocando contra los huesos de mi cráneo. Lo soñé. Soñé que se me había colado un bicho. Que se me había metido por la nariz sin que nadie llegara a verlo y que andaba ahí dentro, volando, bisbiseando, golpeándose. Ha dolido mucho. Ha dolido más de lo que dolía. Pero mira, oye... ya está ¿ves? Ya está. No hay infiernos eternos. Amores sí. Es lo mejor de esta puta vida. ¿Te das cuenta?