Batallas de mil frentes

Trajeron el colchón de María. No así la cama. Yo, pensando que ambas cosas vendrían a la vez, me pegué la paliza de mi vida anoche con mis cuñados desmontando un mueble mural que había en lo que será su nuevo dormitorio, para que hoy pudieran los operarios trabajar con espacio y dejar la cama montada. A las 12 y media de anoche, aún estábamos con polvo hasta en las orejas, bajando maderas y bolsas de mierdas varias al trastero. Hasta una gameboy color de mi cuñado pequeño, llegué a encontrar. Y todo para al final no tener más que un cuarto vacío (superlimpio, eso sí) con un colchón en el suelo.

Mientras estaba peleándome con los de la cama por teléfono con una mano, y con los de Flex con la otra para que se llevaran el colchoncillo de la cuna, me llamaron los de Movistar para decirme que el operario estaba en la zona y que se iba a presentar en mi casa para conectarme la televisión por cable. Como ya estaba en cortocircuito cerebral, dije que bueno. Que vale. Que por qué no. Y tal cual lo dijeron, tal cual vino. Y se puso el hombre a tirar un cable de red desde el router, que está escondido en el quinto infierno de mi casa, hasta la televisión, que está más o menos en la otra punta. Resultado: transportistas del colchón que no tienen orden de llevarse el viejo + transportistas de la cama que no aparecen y reclamo vía móvil + operador de movistar tirando cable que recorre toda mi casa poniendo grapas a diestro y siniestro, porque (resulta) no están autorizados a tirar cableado de fibra de forma exterior.

Y María mientras cogiendo los escobillones del wáter.

Y el minigato mientras masticando con fruición toda la ristra de cable que soltaba el de la fibra.

Y Canuto haciendo lo propio con el plástico del colchón.

Y Pedro mientras subiendo del trastero las dos mil y pico mierdas que bajé anoche, para guardarlas en su armario porsiaca le hacen falta para el 2020 (o algo).

Y Simón mientras fabricándose un trineo ilegal de césped, con las maderas del mueble desmontado.

Y Jon K. poniéndome whatsapps desde China preguntándome si había podido recoger su portátil.

Y mi jefe llamando de forma intermitente para preguntarme si me quedaba mucho para ir a trabajar.

Y que estoy seguro de que llevo el cerebro puesto, pero que en este momento de verdad que… no lo siento funcionar.