La gula que me domina

He corregido el post de ayer. Supongo que a mis seguidores de feeds les gustaría a veces cortarme estas manitas de cerdo que se han de comer el mundo. No puedo evitarlo. Es como la pared-lienzo de mi buhardilla. La lleno de turulitis y recontrachifles y luego en los días siguientes, la voy dando brochazos de blanco, hasta dejarla en un monigote de tres trazos con polla. Manías simplificatorias que tiene uno. Pido mil perdones.

No, sí… lo del monigote con polla es broma. Aunque como arte conceptual tampoco estaría mal.

Estoy resacoso y espeso. Anoche vinieron a vernos Jokin, Gustavo y el perro salchichón, y mi suegra y yo, montamos una barbacoa improvisada de chorizo, sardinas, chuletitas y vivalapepa. Como se supone que yo era el Jon en funciones, dije su frase habitual de “sin pasarse, que esto para cenar es demasiado fuerte”, pero luego demostré no estar a la altura de mi papel de vicepresidente, zampando como un tragabolas todo lo que me iban pasando por delante de las narices. Luego, para coronar el desenfreno, mi suegra demostró su habilidad coctelera preparándonos unos mojitos en serie que, sumados a las dos jarras de cerveza, terminaron de matarme y me hicieron pasar una noche superbonita de levantarme ochenta y cinco veces envuelto en sudor, a beberme todo el Canal de Isabel II. Y eso con el minigato constantemente enganchado con uñas y dientes y luchando a muerte por la posesión de mi pie. Que se me había olvidado ya lo que es un gato cachorro ¿eh? Juego por la mañana, juego a mediodía, juego por la tarde, juego por la noche y si sobra tiempo, juego de madrugada. La madre que lo parió. Voy a tener que empezar a mirar a ver si le encuentro el cajetín de las pilas o algo, antes de que acabe con el último cm2 intacto de mi pellejo.

Anoche, en mitad de nuestra orgía cervezomojínica, Jokin soltó de pasada que a Jon le habían ofrecido un traslado al País Vasco. Debí de poner una cara de sorpresa significativa, porque inmediatamente cambió de tema y cuando intenté volver a preguntarle, ya hizo por donde para no retomar el asunto. Eso sumado a que hay un vecino que quiere comprarnos la casa por un pastizal y al que Jon no termina de mandar a tomar por saco (cosa extraña en él), me hace pensar si se estará barajando una mudanza y a mí todavía no se me ha dicho nada. Pensarlo me coloca en un camino emocional de doble dirección. Por un lado, me daría una pena enorme dejar esta casa donde hemos construido todo nuestro chiflado ecosistema, y por el otro, me fliparía vivir en Euskadi, porque a base de conocerlo y mezclarlo en mi vida ya he caído irremediablemente enamorado (como todo el que se asoma) de tierra y gente. Así que… ¿qué hacer?

Pues nada, porque lo más probable es que solo esté siendo una rallada mental de las mías potenciada por el ron añejo y que al final no salgamos de nuestra casa chiflada de El Pardo hasta que se nos caigan pelo y nalgas. Así que ya. Basta. Stop. Cierra ese cabezón. AHORA.