Morir es fácil si sabes cómo

Hoy he ido a buscar el ordenador de Jon a la “clínica informática.” 200€ de reparación me han soplado por una maldita esquinita desajustada de la carcasa que se cargó el menda lerenda de un puñetazo. Curiosamente, en aquel momento me pareció superlógico lo de meter una hostia a la máquina para compensar que los nosecuántos píxeles que formaban al villano mataran a los nosecuántos píxeles que formaban mi personaje. Hoy no me lo ha parecido en absoluto. De hecho lo único que he sentido han sido ganas de sobornar al chico del taller para que pusiera en el parte que el portátil se había estropeado solo, por combustión espontánea.

Es muy probable que Jon me escabeche. Sus ordenadores, cámaras de fotos y archiperris electrónicos son un compendio de limpieza, orden y cuidado.

Y encima ayer le cogí la Harley azul. No mucho. Solo un viajecito corto hasta la gasolinera del Hipódromo para lavarla, porque se había caído la funda y me pareció que tenía demasiado polvo (que ya se sabe que a la hora de buscar excusas para hacer lo que mola, servidor tiene siempre el cerebro a punto). Pero sí que ha sido el trayecto suficiente como para que, sumado a lo del portátil y a lo de la cámara supercara que cogí para fotografiar al minigato y que no encuentro, ya el de Gasteiz me levante de una oreja y me dejé clavado con un imán en la nevera, como si fuera un post-it.

La verdad es que pensándolo fríamente, teniéndome a mí de marido no sé para qué se necesitan enemigos en esta vida.