Lunes

Qué hijo de la gran puta es. Tan hijo de la gran puta, tan hijo de la gran puta... que si no merece dirigir el departamento que dirige tampoco merece que le nombre más en este blog. Corramos un estúpido velo. La vida nos pone a cada uno en su sitio. Confiaré en la magia del caos y esperaré a que pase el cadáver de mi enemigo por la puerta. Que lo de cabrearse también es cansado y da mal color.

Me he dejado el móvil en casa, así que hoy estaré calladito. Es uno de esos días en los que todo me va a salir estupendo, así que es posible que luego se me rompa el coche en mitad de la autovía y termine meneando los bracitos en mitad de la A6 para que alguien me preste un teléfono con el que llamar a la grúa. Y arrastro la juerga desde el finde. El domingo tenía que haber sido para estudiar, dibujar, grabar un podcast y planchar, y en realidad fue para jugar a Diablo 3, fornicar y dormir. No sé por qué sigo haciendo planes después de llevar tantos años conmigo y conocerme tan bien. Está claro que no escarmiento. Ahora tengo siete bocetos a lápiz para entintar a partir de las seis y media de la tarde de hoy. Y un examen el martes que viene. Y pocas ganas de subirme al mundo. Gracias, primavera, por darme una tregua de calor. Si encima toda esta desgana tuviera que comérmela con 35 grados... la cosa hubiera sido ya como para hacer sangre.

Pronto se acaban las clases. Me encantaría ser niño en mi casa y estar tan irracionalmente feliz como están los dos que tenemos.

Ya. Ya sé que tenemos tres. Pero María está irracionalmente feliz siempre. Es un estado permanente en ella.