El contador de historias

Hola Barcelona. Ya estamos aquí. Hemos venido en tren porque no podíamos coger un avión. Se me olvidó lo de no subir muy alto cuando acabas de bajar muy bajo. Afortunadamente, a mi monitor no. Así que nos hemos chupado 5 horas y pico de tren. Ha ido bien. Hemos escuchado el debate de investidura (aquí rematado por exclamaciones furiosas de Jon K. porque es socialista de carnet, igual que su padre antes que él, y con estas cosas se viene arriba) y jugando a todas las cincuentamil chorradas que se me han podido ir ocurriendo. Llevábamos el kindle y unas cuantas revistas, además de un par de tebeos que Jon me había regalado antes de salir para que no le diera la brasa, pero le ha servido de poco porque en una hora ya me lo había ventilado todo y la peli no molaba nada, así que... barcos, el ahorcado, las películas, el personaje misterioso, el oso... Todo lo que se me ha ocurrido para jugar con un papel y un bolígrafo. No se cuántas veces durante el viaje le habrá apetecido a Jon abrir la ventanilla y tirarme por ella. Supongo que unas cuantas.

Ya estoy en una minisalita de Hospital pija e impecable (quién me ha visto y quién me ve) esperando a que me den habitación. Ahora me pincharán un poco y me pondrán unas cuantas ventosas y mañana a primera hora la neuróloga amiga de mi suegra me rebanará lo que me tenga que rebanar. Luego estaré un par de días o tres calladito... y a casa a disfrutar de una bajita corta.

Lo que pueda hacer con el blog estos días todavía es una incógnita. Mi intención es ir grabando podcast hasta que el brillo de la pantalla ya no me haga daño y pueda escribir, pero supongo que todo dependerá del dolor que vaya teniendo. Esperemos que poco. No me gusta dejar mi diario. Estoy convencido de que cuando vaya perdiendo el norte mental, todo esto me será muy útil. De hecho... ya me es útil incluso con el norte en su sitio. Me gusta contar cosas. Soy el contador de historias. Debe ser parte de mi misión en el mundo. Cada uno tenemos la nuestra, por gilipollas que parezca.

No estoy asustado, no te preocupes. He pasado por cosas mucho más chungas y aquí seguimos. Todo en esta vida es cuestión de suerte. Y la mía siempre ha sido fabulosa.

Jon K. me mira como si yo fuera un saco lleno de cachorritos. Lleva así desde que hemos bajado del tren. Y no corta en ningún momento el contacto físico. De hecho, mientras escribo esto, está subiendo y bajando sus dedos por mi antebrazo. En otra ocasión le haría un quitaya-pesao, porque soy arisco y tiro a gato, pero ahora no digo nada y le dejo. Tengo la impresión de que no lo hace porque sea yo el que lo necesita.

Aunque sea arisco y tire a gato, quiero mucho a Jon K. Tanto como que sea imposible querer más. Esa es una verdad absoluta. Espero ser capaz siempre de demostrárselo.