El bang

Se me olvidó poner ayer en el post la aclaración del bate, y el asterisco se quedó ahí plantificado solito y miserable. Pobre asterisco. Así que... lo pongo aquí: (*) El bate del paragüero es mío. De una época oscura de mi vida en la que tuve que defenderme de alguien. Una época a la que no llegué con mis diarios y que sí me tocará incluir en el libro, si es que consigo reunir los huevos suficientes para terminarlo algún día.

Dicho esto, vamos con hoy:

Anoche nos despertó Pedro de nuestro mejor sueño de telesofá (que no hay noche que nos nos quedemos Jon y yo sobados en montoncito), para decirnos que lo había pensado mejor y que no quería ir a Port Aventura. Que prefería quedarse "en casa con la abuela."

Todo eso después de haberse tirado tres meses de calendario haciendo un planning de visita con dibujitos, horarios y ubicaciones.

En aquel momento nos quedamos un poco en estado de shock y le dijimos que mejor ya lo hablaríamos hoy con calma, pero lo cierto es que no nos pilla de sorpresa. Sabíamos que por algún lado rompería todo el stress acumulado. Lo único que no teníamos claro es cuándo y por dónde, pero sabíamos que pasaría. Siempre pasa. Casi damos gracias porque haya pasado dos días antes y tengamos tiempo de margen para calmarle, porque igual podía haber sido diez minutos antes de ponernos en marcha y haber tenido que llevárnoslo amordazado y cogido de una oreja.

No pasará nada. Conocemos el modus operandi. Nos hemos vuelto expertos en nuestro niño walpurgis. Ahora pasaremos la tarde de hoy convenciéndole con muuuuuuuucha calma, haciéndole ver que es necesario para nosotros tenerle cerca, que hace mucha falta en nuestra organización, que todos le echamos de menos cuando no está... y el sábado por la mañana saldremos todos a comer fuera, a modo de escapada fugaz, para que recuerde que cuando salimos juntos como tribu nos reímos, lo pasamos bien y somos muy felices. Y ya el domingo, tranquilamente, será él quien nos diga que ha cambiado de opinión y que sí que quiere venir. No podemos hacerlo de otra forma. Gritarle, obligarle o forzarle supondría bloquearle emocionalmente, y probablemente terminaría arrancándose el implante coclear, autogolpeándose contra la pared y aislándose durante tres días. No queremos eso. No fue ese nuestro compromiso con él. Prometimos cuidarle. Así que... eso es lo que hacemos. Siempre. Incluso a pesar de que a veces suponga trepar por encima de cataratas de paciencia.