Karlos ha roto el perro satánico de porcelana que nos regaló la vecina. Sin ceremonias. Con un escoplo y un martillo. Le dije que antes de destrozarlo lo intentáramos vender por ebay o algo así, pero no ha sido partidario de tener esos ojillos diabólicos en mitad del recibidor ni un minuto más. Y seguramente sería verdad que valía una pasta, pero después de darle vueltas de una punta a otra de familia y amigos, nadie lo ha querido ni regalado, así que... Adiós perro satánico. Sentimos no haberte dado mejor vida.
Ha debido de montar un pifostio considerable con los martillazos perrunos, porque uno de los vecinos (posiblemente el pausado) ha asomado el pescuezo por el seto para preguntarle si necesitaba ayuda. No sé si es el que duerme desterrado de casa, porque yo no estaba, pero me hubiera gustado comprobarlo. Karlos dice que es amable y tranquilo, y que le ha contado que sólo se quedarán en esta casa hasta junio del año que viene. No le ha preguntado por qué se peleaban a gritos la otra mañana. No por prudencia, ni por educación, sino porque a Karlos esas cosas no le interesan una puñeta y las cosas que no le interesan una puñeta, no le duran en mente ni dos nanosegundos. Forma parte de su visión clara y sencilla del mundo. Justamente la que a mí me gustaría tener, porque yo lo grabo todo, TODO en la cabeza. Siempre que pienso en mi córtex temporal, me lo imagino como una biblioteca de librero. Con estantería interminables hasta el techo, pingantes de polvo y telaraña y un viejo encorvado subido a una escalera diciendo "a ver... la cara que puso aquella chica que te gustaba hace 13 años... Sí. A la izquierda. Pasillo B-12, sección 04."
El sábado, Karlos y el hombrequeso van a hacer un entrenamiento de triatlón. Ni quiero ir, ni quiero dejarles solos, así que estoy en un momento de semiangustia muy estúpida. Sobre todo es estúpida porque no va a pasar nada. Intentar ligarse a Karlos a la brava es como hacerle cosquillitas en los colmillos a un Rottweiler, pero aún así... preferiría que no fuera. Que no fuera él, que no fuera el otro, que no fuera ninguno. Y se lo digo, pero se ríe y me abraza. Es el mejor truco del mundo. Me angustio, me abraza, hundo la cabeza en su camiseta y de pronto los pensamientos hacen ¡puf! y desaparecen. Entonces dice "No te tienes que preocupar" y yo pregunto "¿eh? ¿preocuparme de qué?"
En serio. El mejor truco del mundo. No entiendo que no lo use más a menudo. Para cada momento. Para cada cosa. Cuando me como todo el bizcocho de golpe a escondidas, por ejemplo. Abrazarme y decirme "Has sido tú ¿verdad?" y que yo diga "¿eh? ah, sí, sí... he sido yo..." en lugar del habitual "¿yo? ¿¿YO?? ¡por favor! ¡si no lo dejaras al alcance de los perros!"