Karlos me ha escondido los rotrings para que no me pinte notas musicales en los brazos mientras veo la televisión. Dice que tengo que dejar de hacer cosas de las que luego me arrepiento. Es verdad que luego me arrepiento de pintarme los brazos. Sobre todo porque después no salen a la primera con el agua y el jabón, y tengo que frotarme en la ducha antes de ir a trabajar, hasta dejarme como un cangrejo. Pero dibujar cosas al chimpún y sin lógica, me relaja, y la sensación de la punta deslizándose por la piel, también. Si vuelvo a nacer y salgo algo más macarra, creo que me haré tatuador y abriré una de esas tiendas con neones rojos y paredes cubiertas con dibujos de Ed Hardy.
Karlos se ríe porque me pinto notas musicales y no sé solfeo. También es verdad eso, no sé leer música. Me enseña a tocar piezas a la guitarra y tiene que hacerlo como si enseñara a un niño a coger la cuchara. "Uno, dos, tres, el dedo aquí, y suelta..." Gracias a eso he aprendido ya varias canciones, aunque suenan fatal, y no se parecen mucho a las que toca él con la fender. Me flipa oirle cantar. Todos los hombres con voz rota, deberían cantarnos algo, aunque sólo fuera una vez en la vida. Algo triste, que nos supiera a cigarrillos y whisky en una habitación de motel con Jack Kerouac.
Yo no sueno a cigarrillos y whisky en habitación de motel. Yo sueno a pájaro loco y cacaolat en un circo de tres pistas. Intentar hacer una canción a dos voces conmigo es casi misión imposible. Cuando vamos por la segunda estrofa, él ya empieza a descojonarse, y yo a desear venganza a guitarrazos. Está claro que como dúo musical no tendríamos ningún futuro.
Tengo que hablar de mi regalo de cumpleaños. Pero tengo sueño y para explicarlo necesito carrerilla emocional, así que... domani.
Me apetece tener otro gato y llamarle Hocus Pocus.